domingo, 11 de julio de 2010

Experiencia rural en Asturias

A continuación os copiamos y pegamos el relato enviado por Natalia y David, ganadores del tercer premio de la I Edición del Concurso de Fotografía Rural Amiga (2009) en Casas Rurales Amigas, una pareja que acaba de disfrutar de su premio en La Regoria (Asturias) con Juanjo como anfitrión.

Gracias por vuestro tiempo, y a seguir disfrutando de Casas Rurales Amigas ...

Asturias es precioso, lo mires por donde lo mires. Ya habíamos estado en anteriores ocasiones, pero una vez más nos enganchó. No sé muy bien qué es, pero hipnotiza, será el mar azul intenso de sus costas, las enormes piedras rocosas de los Picos de Europa, los escarpados desfiladeros provocados por los ríos o su magnífica gastronomía, incluida su famosa sidriña.

Escogimos Asturias para disfrutar de nuestro tercer premio en el concurso fotográfico 2009 de Casas Rurales Amigas con el objetivo de pasar un fin de semana, y como ahora no hay días de vacaciones, por proximidad, dado que para dos días no podíamos irnos muy lejos, y la experiencia no nos defraudó.

Nos gustan las casas con cocina tipo apartamento, porque nos sentimos más a gusto, y aunque las comidas solemos hacerlas fuera, disfrutando de la gastronomía de la zona, nos gusta disfrutar del desayuno en casa, aún en pijama, al igual que la cena después de un día agotador de turismo.

Ganadores concurso de fotografia con Juanjo (La Regoria)
Y así es como dimos con los Apartamentos La Regoria, y con Juanjo, su propietario, un simpático y joven “cabraliego” que después de probar suerte en el extranjero, ha regresado a sus orígenes para convertirse en lo que él llama un “neo-rural” en la pequeña localidad asturiana de Inguanzo, en las cercanías de Cabrales, un lugar estratégico para hacer turismo en la zona oriental asturiana, a la misma distancia del mar que de las impresionantes cimas de los maravillosos Picos de Europa.

Y lo que son las cosas, cuando le comunicamos que habíamos escogido su casa para disfrutar del premio, a él le hizo casi más ilusión que a nosotros mismos. Estaba encantado, pues nada hombre, que el gusto es nuestro.

Como ya habíamos estado varias veces por la zona, no llevamos un itinerario preestablecido como en otros viajes, la idea era descansar y disfrutar de todo, sin prisas y sin horarios.

La amabilidad de Juanjo se demostró desde el primer momento, cuando nos acompañó hasta los apartamentos, fruto de la restauración de una antigua cuadra, propiedad de su madre, y que muy acertadamente decidió invertir en esto del turismo rural, tan en boga en estos tiempos.



Disfrutando del premio en Asturias

Nos enseñó los tres apartamentos y nos dejó elegir, haciendo incidencia en el último de ellos, el más alto y con claras vistas al cielo a través de las amplias claraboyas del techo. Una maravilla en 40 m2, como los mini pisos de la ministra, solo que a éstos no les falta detalle, todo lo necesario para pasar un par de días, lo que íbamos buscando.

Siguiendo sus sabios consejos, escogimos el abuhardillado, muy luminoso con la luz que entraba por todos los lados, pese a que el fin de semana escogido no podía haber sido peor en cuanto al tiempo atmosférico se refiere, pero como dice la sabiduría popular al mal tiempo buena cara.

Como los días ya empezaban a ser más largos, aquella misma tarde nos acercamos hasta Arenas de Cabrales, a escasos 6 kilómetros de nuestro alojamiento. Ya conocíamos el pueblo, o al menos eso era lo que creíamos, puesto que nos sorprendió con un buen montón de callejuelas y casa pasiegas que no habíamos visto antes al otro lado de las cuatro casas que se ven desde la carretera, que es todo cuanto conocíamos. Y es que es lo que tiene callejear, que siempre descubres algún detalle en el que antes no habías reparado.

Y andando y andando fuimos a dar a una minúscula tasca que nos enamoró, donde paramos a tomarnos unas cañitas. Uno de esos locales con encanto, que debería haber en todos los pueblos, pequeño pero muy acogedor. Estaba a rebosar pero aún así había un hueco para nosotros dos. A un lado gente tomando unas cañitas como nosotros, y al otro sentados en unas mesitas muy cucas, había gente hincándole el diente a unos deliciosos platos típicos asturianos, así descubrimos que hay unas tortitas con una pinta estupenda que se comen con picadillo, con queso, con paté… y que existe ¡¡¡la sangría de sidra!!!, cosa que no habíamos oído nunca antes y de la que estaban dando buena cuenta un grupo de cuatro, y supongo que no es de extrañar cuando unos días después de nuestro regreso a casa, un renombrado cocinero vasco hizo sangría de txakolí en un programa de televisión. La de sidra no la probamos aquel día porque luego había que volver a casa en coche, y no era plan estropear el maravilloso fin de semana que nos esperaba. Para otra vez, lo prometo.

Se pasó toda la noche lloviendo, lo cual nos provocó esa extraña sensación de estar calentito en la cama mientras fuera diluvia, a mí al menos me encanta. Y amaneció más de lo mismo, así que nos lo tomamos con calma, y mientras desayunábamos y nos arreglábamos, parece que al día le dio por darnos una tregua. De cualquiera de las maneras íbamos a pasar el día fuera, por mucho que el tiempo intentara ponernos todas las trabas posibles.

Cogimos el coche y nos metimos por una carretera de montaña que supuestamente nos iba a llevar a uno de los múltiples miradores del Naranjo de Bulnes o Pico Urriellu. Así es que llegamos a un punto que parecía estar más alto de lo que en realidad estaba pues daba la sensación de estar en el cielo, y desde allí observamos lo que nos dejaba ver la niebla, que de costumbre suele fastidiar esa idílica vista. Destacando entre el resto de picos, allí está el, el Pico Urriellu, magnífico, espectacular. Ya lo habíamos visto, pero en esta ocasión tuvimos la oportunidad de culturizarnos un poco más en torno a él, en torno a la cantidad de montañeros que han intentado hacer cumbre, e incluso a los que perdieron la vida por ese sueño. Y es que los Picos de Europa están cargados de historia y de pasión por la montaña.

Nos acercamos de nuevo hasta Cabrales y de ahí hasta el punto donde comienza la Ruta del Cares, y como ya no eran horas de ponerse a ello, decidimos hacer la ruta a nuestra manera y tirar montaña arriba hasta un pueblo perdido en la misma llamado Camarmeña. ¡Qué grata sorpresa encontrarnos con él!. En un pequeño garito nos tomamos unas cervecitas sentados en un banco quedando de frente a nosotros de nuevo las maravillosas vistas de los picos dominados por el Naranjo de Bulnes, haciendo honor al pequeño pueblo que se encuentra debajo de él. Ni sé el tiempo que pasamos allí, solo que de repente se puso a llover de lo lindo, pero nos daba igual, estábamos en el paraíso, y lo único que oíamos era…. el silencio.

Cuando paró de llover, bajamos por donde habíamos subido y nos fuimos a comer buena comida asturiana a Arenas de Cabrales, después nos acercamos a Llanes a pasar la tarde, y de vuelta casa agotados a disfrutar de una buena peli, que para ser sábado no es lo común en la televisión.

El domingo más de lo mismo, la idea era haber salido por la mañana, pero desde el viernes Juanjo insistió en que no nos preocupáramos por la hora para dejar la casa y que nos quedáramos a comer, así que de nuevo cogimos el coche y nos dirigimos hacía el desfiladero de Beyos, que nos había sugerido la chica de Información y Turismo de Arenas. Esa zona no la conocíamos y nos encantó. El desfiladero precioso, como casi todos los provocados por un río, pero la sorpresa fue encontrarnos a la salida del mismo, y casi a punto de entrar en la provincia de León, con una sorprendente cascada de tres tramos, cosa que aciertas a ver cuando dejas de mirar hipnotizado como cae el agua de la primera y subes la vista hacia una segunda y ¡hacia una tercera!, de donde parece salir el agua de la nada. Naturaleza en estado puro.

La sorpresa del fin de semana llegó cuando volvimos a casa dispuestos a recoger nuestras cosas y emprender el camino de vuelta a nuestro hogar. Como era relativamente pronto, dimos una vuelta por Inguanzo y descubrimos el pueblo donde estábamos alojados, un buen montón de casas apiñadas en la ladera del monte y desde donde las vistas eran impresionantes, lo que ignorábamos era lo que aún nos deparaba el fin de semana, cuando ya estábamos a punto de darlo por terminado.

Al quedar con Juanjo para saldar cuentas y hacerle entrega de las llaves, nos habló de su plantación particular de arándanos en el monte y nos invitó a acompañarle, no nos lo pensamos ni un segundo, no habíamos visto nada igual en la vida. Nos subió en su todoterreno hasta que alcanzamos lo alto de la colina y allí sin que nadie abajo en el pueblo pueda sospechar nada, estaban sus plantas de arándanos ¡en Asturias!, se tomó todo el tiempo del mundo para enseñárnoslas y explicarnos las diferentes variedades de los mismos que existen, y nos contó cómo ha llegado a dedicarse a ello, pena que no era la época de recogida, sino nos hubiéramos venido a casa con unos cuantos. Y ya puestos porqué no dar un rule por esas montañas y admirar el paisaje, ni él ni nosotros parecíamos tener prisa, así que nos condujo hasta una pequeña ladera en el centro del valle desde la que se puede observar una panorámica 360º de todo el valle, a un lado Arenas, al otro Inguanzo y otros pueblos de la zona, y al otro de nuevo el Picu Urriellu con su característica capa de niebla, y las montañas rocosas que forman el resto de los Picos de Europa.

No tengo palabras para describir lo que experimentamos allí arriba, lugar al que nunca jamás hubiéramos podido subir sin la ayuda del 4x4 de Juanjo, o al menos impensable con nuestro coche.

Después aprovechamos un rato para conversar con Juanjo y su madre en su casa de Carreña de Cabrales sobre las circunstancias que les hicieron llegar a regentar con acierto una casa de turismo rural en Inguanzo, además de los 3 apartamentos, y las que nos llevaron a nosotros a visitarles. Y tan a gusto estábamos que se nos hizo tarde.

Pero la vuelta a casa nos deparó una sorpresa más, y fue descubrir la carretera de Arenas hasta Panes, ya en Cantabria, otro desfiladero maravilloso en el que vimos varios puentes que cruzaban el río tipo película de Indiana Jones pero en acero, un motivo más para volver a la zona, a dejarnos impresionar una vez más, y a vivir otra experiencia como ésta, y además, por poco dinero.



La Regoria, Asturias

La verdad es que sacamos un montón de fotografías, de las cuales reservaremos algunas para presentar en el próximo Concurso Fotográfico que organice esta estupenda página de Casas Rurales Amigas, si se da el caso.

Y como las cosas tienen una duración determinada, se nos acabó el “quesu” ahumado que compramos en Llanes, así que habrá que volver a por otro. Allí nos volveremos a ver. Hasta entonces.








1 comentario:

juan jo dijo...

Muy buena gente Natalia y David , de los clientes que recuerdas